martes, 18 de junio de 2013

No ando y no ando

Soy una silla de ruedas y vivo en Tagore desde que abrió sus puertas en 2009...

Desde que Remedios nos dejó, Pablo no ha vuelto a ser el mismo. Cuando le dijeron que Remedios ya no estaba lloró, lloró, lloro... Después dejó de hablar y luego ya no anduvo. Remedios y Pablo eran uno de los matrimonios que vivían en mi resi desde hace un par de años.

Ahora ya habla pero no va a volver a andar. Dice que para él no tiene sentido la vida, que su vida era ella.


Dice  que agradece que nos preocupemos por su salud pero que no merece la pena que nos esforcemos ni el personal  de enfermería, ni el equipo de estimulación ni la dirección general de Tagore, ni Franco si volviera (eso dice). 


Que no anda y no anda. Menudo es Pablo.


Después de la cena yo le llevo muchas veces hasta su habitación y mientras espera a que le acuesten le acerco a la ventana, mira al cielo y en bajito, para que nadie les oiga, habla con Remedios y le desea buenas noches. Luego se despide y siempre le dice que si ve a Dios, le diga que el aquí lo tiene todo hecho y que si tiene a bien, a él ya le gustaría irse.

Que los hijos ya son grandes y que no le necesitan pero que él a ella le necesita tanto como el primer día y por eso, como mejor estarían sería juntos.  

Dice que estando los dos en el cielo les sería muy fácil ir a todos esos sitios que no fueron: a la plaza roja, a la muralla china, a Australia o a las Vegas. A mí me da mucha pena y por eso intento ser una silla cómoda aunque sé que no le estoy haciendo ningún favor porque lo que Pablo tiene que hacer es andar y sobreponerse en lugar de aislarse y seguir deprimido. En fin qué le voy a hacer, soy una silla de ruedas demasiado sensible.

Dicen los estudios que la sociedad actual sabe muy poco de las emociones de los adultos mayores, menos aun si están institucionalizados y menos aún cuando enviudan dentro de una institución. Yo no sé de estudios de esos pero si sé de la pena de Pablo y de que no hace falta ser muy observador para ver como su corazón se ha roto al quedarse sólo.

La verdad es que cuando un residente nos deja, todos nuestros esfuerzos se centran en que su pareja viva un duelo lo más digno posible. Es cierto que nadie puede “vivir la pena” del que se queda pero si  se puede acompañar en el dolor y “sentir en común”. Yo creo que hay cosas que se pueden hacer: acompañar, comprender, escuchar, aconsejar y animar desde la sinceridad y el respeto. Lo normal es que las personas mayores sufran deterioros en sus sentidos e incluso a nivel cognitivo o motor pero eso es una cosa y otra es que “como ya son mayores poco se puede hacer”. Trabajar en el mantenimiento de las capacidades y la conservación de la autonomía, aun en el periodo de duelo es fundamental para la persona.

Ya sé que este post ha sido un poco más triste que el anterior… pero como silla de ruedas que quiere a sus residentes, me da un poco de cosa no volver a ver a Remedios. Ya sé que cuando uno trabaja con este colectivo tiene que ser fuerte, pero eso no quita para que tenga mi corazoncito… y me duela su  ausencia.  

                Hasta siempre.